Personas. De eso están hechos los negocios. Las empresas se nutren a diario para crecer y competir a partir de las ideas e intuiciones que proceden de las personas. Éste es el sencillo principio que llevó a un hombre a construir un imperio: Miguel Rodríguez.
Un hombre cuya historia es cualquier cosa menos convencional. Siendo todavía muy joven, se trasladó a Barcelona desde su pueblecito natal en Andalucía. En 1968 se fue más lejos, a Suiza: “Tenía un billete de tren y cuatrocientas pesetas en el bolsillo, y no sabía ni una palabra de francés”. Un riesgo, el primero de muchos, que le reportaría más recompensas de las que podría haber imaginado… En 1977 regresó a España y su vida cambió de nuevo.
Su regreso a su país de origen estuvo marcado por un hecho fortuito. Un amigo le comentó que como estaba viviendo en un país famoso por sus relojes, tenía que llevarle uno. De este modo, un joyero de Ginebra le ofreció un reloj por 150 francos. Demasiado. Consiguió convencer al propietario de la tienda para que se lo dejara por 80 francos. Cuando llegó a Barcelona, un banquero vio el reloj y lo quiso comprar, y le pagó el equivalente a 150 francos en pesetas.